La habitación tiene más luz y la música está más alta. Tan alta que saca sonrisas. No sé si me explico. El sol atraviesa las cortinas hasta despertarme. Luego suenan acordes que nunca había escuchado, cantantes con nombres que no sé pronunciar y letras que ni siquiera entiendo, pero que me ponen la piel de gallina.
Hay un peluche nuevo en la habitación y una colilla en el cenicero. A lo mejor no me entiendes. Igual pasa porque es el último en llegar, pero parece el mejor y, además, es amarillo. De un color parecido es el humo del tabaco que dejó de molestarme sin darme cuenta.
El pie izquierdo dolorido y un pendiente perdido. Ahora creo que sí. Un recuerdo para cada una. Quizá el trozo de madera que decoraba mi oreja derecha esté en alguna de esas cuestas que me dejaron medio coja, o tal vez en la cama, qué sé yo, si tu mayor logro ha sido que deje de escribir.