lunes, 31 de marzo de 2014

Siempre hay viaje de vuelta

Y sí que las despedidas son espantosas. A lo mejor por eso prefiero decir adiós el penúltimo día, que cuesta menos. Mira que lo siento, pero soy de esas que no pueden aguantar las lágrimas ni los malos gestos. Me da por alcanzar metas que ni siquiera me había propuesto y destrozar futuros que hacía años planeé. Todo por llevar la contraria, que diría mi madre.

Las personas te cambian, claro. No me refiero a que te sustituyan, que también, me refiero a que no te dejan ser la misma. Aprendes de casi todas de las que pasan por tu vida. Unas te enseñan a no aguantar nunca más un mal trato, otras a que se puede sonreír a cualquier hora del día, e incluso algunas con las que te puedes sentar en un parque a comer pipas y ver pasar la vida, que no te parecerá estar desperdiciándola.

Pero es que hay veces que alguien viene a destrozar el castillo de naipes que tanto te costó construir y lo convierte en un muñeco de nieve que te cuesta tocar porque te asusta el frío. Bastaría con derretirlo, joder, pero es que a los naipes los tira un soplo de aire.

Vamos, que me bajaron del árbol, pero caí de pie al suelo. No hay heridas, solo sueños por cumplir.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Hace días que dejé de escribir de ti

Solo cuando llegas al límite, cuando notas que todo te ha superado y que no podrás salir adelante, te das cuenta de lo que has aprendido. Está bien visto eso de no quejarse y así nos va. Hace años que me acostumbré a asumir responsabilidades que no me correspondían, por eso esto no es nada. Asumí que tenía que ser la fuerte, que había llamadas a familiares que nunca serían devueltas, que era yo la que tenía que luchar por las relaciones y hasta eso de curarme las heridas, cuando se supone que te lo tiene que hacer otra persona.

Ojalá me hubiera quejado pero aquí estoy. Cuando me muerdo la lengua no me enveneno, pero sí que puedo llorar. Siempre he defendido que las lágrimas son cosas de valientes, un cobarde jamás se atrevería hacerlo. A mí siempre me han ayudado. Hasta una vez recuperamos el monedero que le habían robado a mi madre porque salí llorando de una tienda.

Ahora soy menos tímida, no tengo dolores de tripa y me cuesta más poner buena cara a alguien que no se la merece, aunque procuro terminar el día con una sonrisa.Vamos, que al menos he aprendido a morderme la lengua, que no es fácil. Ya solo queda que se envenenen los demás.