Solo cuando llegas al límite, cuando notas que todo te ha superado y que no podrás salir adelante, te das cuenta de lo que has aprendido. Está bien visto eso de no quejarse y así nos va. Hace años que me acostumbré a asumir responsabilidades que no me correspondían, por eso esto no es nada. Asumí que tenía que ser la fuerte, que había llamadas a familiares que nunca serían devueltas, que era yo la que tenía que luchar por las relaciones y hasta eso de curarme las heridas, cuando se supone que te lo tiene que hacer otra persona.
Ojalá me hubiera quejado pero aquí estoy. Cuando me muerdo la lengua no me enveneno, pero sí que puedo llorar. Siempre he defendido que las lágrimas son cosas de valientes, un cobarde jamás se atrevería hacerlo. A mí siempre me han ayudado. Hasta una vez recuperamos el monedero que le habían robado a mi madre porque salí llorando de una tienda.
Ahora soy menos tímida, no tengo dolores de tripa y me cuesta más poner buena cara a alguien que no se la merece, aunque procuro terminar el día con una sonrisa.Vamos, que al menos he aprendido a morderme la lengua, que no es fácil. Ya solo queda que se envenenen los demás.
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