lunes, 19 de diciembre de 2016

Cuadrar el círculo

La que me enseñaste cuando estaba triste, la que cantábamos cuando volvíamos a casa felices, la que sólo suena en tu coche, la de dormir y la que siempre me recuerda a ti. No va a gustar.

Tus ganas de encender la luz, las mías de que esta vez funcione, el cojín para respirar mejor, los tapones para no escuchar y la columna de libros sobre la mesilla. No lo quieras entender.

Quedar a mitad de camino, beber en azoteas, no cogernos de la mano, ver películas en dvd, guardar el saquito de lentejas y jamás olvidar cómo olía ese pelo. No somos los mismos.

Que vuelvas cuando quieras, que te conviertas en piedra, que te encargues de disfrutar del mientras tanto, que pierdas siempre el primer tren y que se te escape la sonrisa. No voy a dejar de hacerlo.

El de los mensajes a deshora, la que no podía dormir, el que se quiere quedar, la que corre para dar un último beso y el que suele olvidar el tabaco en el salón. No se puede pedir más.

Tus pecas, mis lunares, toda esta gente que está alrededor, que haya llegado la hora de decir adiós, no saber, disimular, las cosas que sólo somos capaces de contar. Las que no nos decimos.



jueves, 1 de diciembre de 2016

Tus puntos suspensivos

Todo el mundo sabe cuando está cerca el final. ¿Lo ves? Lo está. Tienes ganas de pasarte, pero no te apetece realizar el esfuerzo. No es cuestión de quedar. Es cuestión de dejarlo estar. Hasta que no lo haces más. Yo conozco las mejores hamburgueserías de la ciudad y tú sigues empeñado en que te sale bien el arroz. No sé. Mamá cocina mejor y a mí tampoco me gusta mentir.

Mientras recuperamos todo aquello que perdimos, me dio tiempo a perder cada una de las cosas que quise recuperar. No importa. El paquete de tabaco sigue estando en la terraza. Por si lo necesitas. Por si me necesitas. Por si todavía podemos vernos algún día. Total. Esto no ha hecho más que jugarme malas pasadas.

Quizá tengan razón. Ya no hay tiempo para estas cosas. Quise escribirlo todo a mano, pero me tocó la botella de vino, no el cuaderno. Antes de encontrar al sastre me deshice de todos mis vaqueros, así que se quedó con cada una de mis sonrisas. Mañana. Tarde. Noche. Es posible que no vuelva nunca, o puede que lo haga una última vez.

Ignoro cuántos lunares tiene, su comida favorita y las cervezas que necesita para quitarse la vergüenza. Ya ves. Estoy dispuesta a ver todas tus películas. Al final nadie vino a arreglarme la luz, pero tampoco me hizo demasiada falta.

viernes, 14 de octubre de 2016

Ciclogénesis explosiva

Como la mayoría de las cosas que no hicimos, esta es una más. Pocas personas hay en esta vida que te quiten el hambre y tú eres una de ellas. Tampoco hay muchas con las que no se creen silencios incómodos, supongo que siempre estuve esperando a las que no eran más altas que yo. Mamá siempre me dice que soy normal.

Así que dijo que no era diferente, pero que tampoco era una más y no pude más que sonreír. Supongo que eso también me recuerda a ti. Si los lunes son viernes y los sábados no son más que fines de semana, dime acaso qué puedo hacer. Ya no tengo domingos entretenidos ni llevas las camisetas que te regalé. La vida es eso que pasa mientras esperas la nueva temporada de tu serie favorita.

Da igual que estemos solas si ella sonríe y yo bailo a chicos que no nos gustan. Las hay que te cambian la vida y de vez en cuando vienen a echarse un piti a casa. Gafas violetas y una noche de palco en el corazón. Como el día que nos creíamos afortunadas en la terraza de un kebab.

Dime ahora que no ha quedado bien, que te gustaría saber más de mi o que me echaste de menos cuando te fuiste. No te gustaba estar aquí, pero volviste para decirme que nunca te debías haber ido. Tampoco te escribí tantas cartas e incluso así reconozco haber roto alguna que otra foto. Al menos ya no sabes si estoy hablando de ti, de mí, de ella o de todas las cosas que dejaste para volver. Estás. Supongo que eso es lo que importa.

Eso, y que hoy esté lloviendo. No olvides apagar la luz del comedor.

martes, 4 de octubre de 2016

Últimamente

Todavía soy capaz de contarte todo lo que no te dije, pero no puedo decirte que seas todo lo que conté. Creía que no podía ser más triste, pero ha resultado ser horrible. Mientras los restos de tu tabaco siguen en mi terraza, la mitad de nuestros recuerdos están debajo del colchón. Seremos capaces de superarnos, aún podemos quedar mucho peor.

Bastaba con una sonrisa, pero siempre he sido de agachar la cabeza. Si te veo, ni siquiera me muevo. Una pena. Hoy suenan las mismas canciones, continúo con cada una de aquellas series y sigo prefiriendo la Fanta de limón. El resto es una basura, como mi relación con tu colchón.

No debería hacer falta explicarlo, pero todavía siguen preguntándome por qué. Me gusta quedarme con la cama pequeña, por eso siempre me toca dormir en el sofá. He hecho todas las cosas que dije que no haría y he recordado que a ti también te había olvidado. Quizá sea demasiado.

Ahora entiendo lo que me contaba. Recoger sus cosas de la habitación, dejar de cenar su comida favorita, leer todos sus libros, saborear cada trozo del último queso que dejó en la nevera, apuntar cada día sin su presencia, guardar los mensajes que nunca le mandó, borrar aquellos que sí que envió y aceptar que jamás iba a obtener respuesta. Cómo iba a haberla. Ni te imaginas lo difícil que resulta saludar a un extraño.

lunes, 12 de septiembre de 2016

El que necesitas

Hay días que por más que quieras, no sale. Es como esa conversación que debes tener para mejorar las cosas. Ya sabes, ésa. La que nunca llega. Lo dejas para más adelante y acabas dejándolo para siempre. Todo es igual que hace doce años. Los peores mensajes llegan en una llamada de teléfono, igual que los amores de verano nunca son más que eso.

Amores, pero de verano. Ayer sonreías al hijo de la mujer de la tienda de golosinas de tu playa y hoy te vas a otro país a darte cuenta de que sí, también puedes sonreír tu sola. No importa que no haya nadie delante para verlo.

Ahora cocinas pasta para otra y yo escribo para nadie. No lo voy a saber hasta que no me lo digas. Se ha secado la planta que pusimos en el salón y ya ni siquiera me pongo las zapatillas que me regalaste. Tampoco le busques sentido. Es probable que no lo tenga.

Tan difícil es lo de irse como lo de no volver, así que hay algunos que todavía están esperando. Otros ni se atrevieron a despedirse. Ni mejor ni peor. No nos gusta lo que hacemos, pero nos seguimos apoyando. Sin cielos de colores ni conciertos de grupos que no conocíamos, dispuestas a seguir intentándolo.

viernes, 29 de julio de 2016

Helado de vainilla

Entre el día de hoy y la noche de ayer me sobraron sonrisas, me faltaron besos y me bastaron sensaciones. Ni siquiera recordaba cuáles eran. Entre su casa y la mía hay un largo camino que me recuerda al que andaba contigo. Y ya no es lo mismo porque no te echo de menos. Lo he pensado. No consigo acordarme de la última vez, así que ahora solo pienso en que llegue la primera.

Está bien, claro. Cómo no iba a estar bien. Aunque siga contando los meses, aunque la pared estaba más bonita hace un año, aunque era bonito descubrir ciudades de dos en dos.

Ahora se me cortan más los labios, me brilla más el pelo y tengo la piel más morena. Se me han caído todas tus pulseras. Dejé de escribir de él para hacerlo solo de ti. Y es verdad que el dolor inspira, pero lo he dejado de sentir. Lo hago porque me gusta obligarme, lo hago porque le gusta a mi madre.

Alguna vez me he preguntado cómo habría sido este año si no te hubieras ido. Y no, en mi mente no es mejor. Hay alguno que se pasea por aquí dentro. Lo ha puesto todo del revés. Ya era hora. ¿Demasiado largo? Creí que te gustaba así. Lo sé. No, no nos damos cuenta pero seguimos esperando a volver a casa para cortarnos el pelo. Madrid no entiende de esto. Solo hablaba del olor. Mejor si lo dejamos así.

martes, 12 de julio de 2016

En casa no hay persianas

Nos sentamos en la terraza del turco de hace unos años. El de cuando éramos felices. ¿Os acordáis? No podíamos borrarnos la sonrisa de la cara y pensábamos en que dentro de unos años estaríamos aquí sentadas hablando de desamor. La mayoría de las veces es así. Estás tan bien que solo puedes pensar en cuando estés mal. Igual que cuando estás tan mal que no puedes ni llorar.

Hay frases que no se olvidan, sobre todo si las ha dicho un amigo. El kebab de siempre. Y sin tomate. Por favor. Es imposible que después de tanto tiempo no lo hayas logrado. Sonríes. Sonrío. Nos reímos. No habremos olvidado, pero este mes de abril ha sido solo nuestro. Ya lo decía mi madre, hay que bloquear más. Porque hay mensajes que es mejor no recibir.

Cuando nos acabamos la cerveza volvemos a la misma tesitura de siempre. Que por qué vas a forzar algo que no te sale, que porque es mejor volver a escribir de vez en cuando, que si así no queda bien, que si es mejor cuando sale de dentro, cuando desde el principio sabes que va a ser algo jodidamente bonito. Bonito y diferente. De los que emocionan. Como los mensajes a deshora.

Ni el dichoso helado consigue unirnos. Además siempre nos contradecimos. Pero es verdad. Esto tampoco va a salir bien. Lo sé yo. Lo sabes tú. Forma parte del relleno, está feo decir que es una más. Todavía no ha habido alguien que sepa explicar el porqué, aunque todos sabemos que es así. Que es verdad. No hay que sentirse mal por ello. Se quiere sin querer. De toda la vida. Querer queriendo no vale la pena.

miércoles, 22 de junio de 2016

El tubo de los dientes

No lo entienden. Tampoco me apetece pararme a explicárselo. Ni quiero, ni puedo, ni es lo que estoy buscando, solo es lo que me haría cambiar de parecer ahora mismo. Lo que pondría este mundo del revés. Otra puta vez.

Porque hoy te escribo desde el móvil. Porque hoy no soy capaz de encender el ordenador. Porque mañana me va a costar más ir copiándolo poco a poco que haberlo hecho todo de golpe. Porque sigue siendo mentira. Y porque hay veces que no se puede esperar, porque si hubiéramos esperado un poco mas, lo habríamos perdido todo.

Hay noches en las que veo a Tony. Me sonríe desde el fondo. Creo que quiere decirme que está orgulloso, aunque le siga debiendo una serie. Le suelo devolver una mueca torcida, un gesto de 'tranquilo, que lo voy a hacer', mientras resuena 'de amor se vive' en mi cabeza. Por eso sigo yendo al mismo garito cada viernes.

Puedo acabar en cualquier parte, pero siempre me enamoro en ese sitio. Dicen que no lo entienden. Les digo que yo se lo explico. No voy a hacerlo por nadie, solo voy a hacerlo por mí. Dime, para qué voy a quedarme esta noche, si sigo sin ser capaz de dormir.

martes, 7 de junio de 2016

Tiene nombre

Casa. Música. Una botella de vino. Pan, fuet y queso. Leo todos sus mensajes. No me apetece contestar. Más mensajes. Puto mundo de la instantaneidad, prefería esperar sus cartas al otro lado del país. Doy las buenas noches a mi perrita, un beso a mi madre y me salgo a la terraza. Quiero escribir, pero no puedo. Hablarte, pero no debo. Siempre hay una preposición dispuesta a ser parte de lo nuestro.

Cómo puede hacer tanto calor. Igual tiene razón María y es hora de guardar los abrigos, pero no tengo sitio en el armario. Me enciendo un cigarro. El humo de la primera calada al cielo, a modo de suspiro. No hay ni una sola estrella. Mi hermana me pide que baje el volumen de la música. Mañana trabaja. Yo también, contesto. Y hago caso, nunca fui una rebelde. 

Joder, se oye más la película que los vecinos tienen puesta en el patio. La reconozco. Son Diego y Martina. Me hace sonreír. Fumo. Te prequiero, pienso. Menudo ingenio. Es martes, pero podría ser domingo porque es mi día de descanso. Este fin de semana me he enamorado un par de veces. Me gustan los viernes cuando acaban en el bar de siempre y a la hora de siempre. Intento escribir. La apertura del metro indica que es la hora de volver a casa. Lo borro.

Es una mierda. Sé cuando lo es, pero también si es de la buena. Mierda de la buena. Me gusta llamarla así o la misma mierda de siempre. Me recuerda a mi mejor amigo. La cerveza siempre ayuda, así que supongo que habré perdido facultades. No sé para qué me he comprado este cuaderno si es mejor cuando te lo regalan. Lo cierro. Otro día que la historia se queda sin empezar. Sin sentir. Sin acabar. Otro día en la espiral.


jueves, 26 de mayo de 2016

Tu ombligo

Hay que saber hacerlo. No te quiero, me inspiras. Hay que saber contarlo. No te olvido, me importas. Mientras saboreaba el pequeño triunfo de mi boca sin la tuya, los de mi alrededor hablaban de dignidad. A mí, que nunca he sabido comportarme, que sigo sin hacer lo que debería estar haciendo y que soy más de alcohol que de tiempo en eso de curar las heridas. Dignidad, dicen.

También dicen que estoy mejor de lo que digo, que lloro demasiado e incluso que no lo he superado. Qué sé yo. Tú no tendrías que estar aquí y yo no hubiera tenido que quemar todas tus fotos. Sabes de lo que te hablo. De las canciones que no escuchaste, las fotos que no sacaste y los mensajes que no escribiste. De lo que no sentiste. Del estoy aquí por ti, pero no me voy a ir cuando te deje. De los cuentos de ayer.

Ayer. Sí, ayer. Que te vi pero no te saludé. Que te miré, pero no te vi. Que te escribí, pero no lo envié. Que sonreí, pero no fue por ti. Es mi número favorito. Lo hemos logrado. Los he contado. Como los meses. En el fondo tú también sabes que van siete. Puedes llamarme lo que quieras. O mejor: no me llames nunca, que ya tampoco hace falta que me quieras. 

martes, 17 de mayo de 2016

El de la victoria

Fui porque tenía que ir. Tenía asumida la derrota. La tuya, la mía, la nuestra y la de toda esa gente que nos rodeaba. Como quien se presenta al examen de junio para ver qué preguntas le pueden caer en septiembre. Así. Sin presión, pero con esperanza. La de creer en un posible golpe de suerte, la de seguirlo con la mirada por si se da la vuelta, la de los goles en el último minuto.

Condenados, sin poder hacer nada por arreglarlo, con el nudo en el estómago del primer reencuentro con tu ex, con la tensión del día que tu equipo puede descender y la sonrisa nerviosa del que no sabe qué contestar a la pregunta más fácil del mundo. 

Sí. Nos vencieron. Sabíamos que aquel cigarro era el definitivo. Y te lo iba a haber dicho, pero preferí callarme. Y te iba a haber escrito, pero preferí dormirme. Ha salido el sol y ni siquiera he tenido tiempo de despedirme de la lluvia, del frío, ni tampoco de ti. Esto es solo un hasta luego.

Da igual dormir una hora menos, que tenga que salir a trompicones o que la vida valga hoy un poquito menos la pena. No importa nada. Solo volver a volver. Saber que estás y que siempre estaré.

martes, 3 de mayo de 2016

Mayo y sus pequeñas cosas

Tenían razón. No voy a hablar de amantes ni de eso de que antes la mala era yo. Tan solo de que es peor para el sol, de lo que cuesta asimilar una decepción o de que las mejores letras nunca las escribo yo. Y es verdad.

Que deja de doler, es verdad. A unos les cuesta más y a otras menos. Pero pasa, con el tiempo todo pasa. Y te lo dicen y tú no sabes de qué cojones te están intentando convencer si la única certeza que tienes es la de que todas las canciones hablan de él. De su risa, sus labios y su forma de mirar.

Y en cómo se mueve. Con lo poco que gustan los cambios, en general, y no hay manera de que pare de removerlo todo. Hay veces que sale solo y otras que cuesta. Igual que cuesta aceptarlo. No hay nada más allá de eso. No va a llegar nadie que nos abrace mejor, nos bese diferente o nos haga reír más fuerte. O al menos eso pensamos.

Así que seguimos bebiendo, besando y riendo. A veces hasta regalamos algún que otro abrazo. De los fuertes. De los de verdad. Y la vida sigue. Como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, como se cuece la pasta dentro de una olla de agua hirviendo. Quería decirte que sí, que hoy he vuelto a hacer espaguetis para comer. También había vino y fresas. Sé que nunca te gustaron pero tampoco confiaba en que vinieras.

lunes, 18 de abril de 2016

Mafé

De por qué las cosas casi nunca salen como queremos o lo que nos cuesta aceptar que no podemos hacer absolutamente nada para que nos quieran. De eso hablamos, entre risas, besos, cervezas y abrazos. Soy buena en eso. En eso y en decir que se os ha pasado la edad de ser valientes, que sois demasiado cobardes como para alcanzar un cielo así. No importa el color con el que amanezca.

Entre cata y cata, hay alguna buena cena de por medio. No te creas que estoy hablando de ti. ¿Quién se come un guiso con arroz a las diez de la noche? Somos de las que se dejan la voz por Sabina en el karaoke, de las que escuchan a Serrano cuando ya no hay lágrimas que derramar y de las que echan la bronca a sus amigas por hacer lo que no debían.

Eso sí, luego nos encontramos en cualquier bar y decimos, qué coño, cómo va a estar mal hacer algo que sentías. Entonces nos chocamos de frente con la realidad. Y decimos sí, volveremos a llorar, volveremos a beber y volveremos a olvidar. Porque en eso consiste todo esto, en que en unos años ellos sólo serán una historia más que contar.

Quizá algo por lo que reír cuando nos pongamos a recordar. O quizá algo que nos ponga el estómago del revés cuando lo volvamos a leer. Ya no importa si no me escribes, si me lees o si la vida es una jodida broma que nos pone una zancadilla tras otra para probar nuestra fuerza de voluntad. No existen los finales felices. Pero qué más da. Porque si sonreíste, permíteme la apropiación, definitivamente, no. No cuenta como error. Y eso es algo que no todo el mundo entiende.

martes, 5 de abril de 2016

Conmigo

Con las manos agrietadas, la piel blanca y los labios cortados. Así aparecí en aquel maravilloso lugar. Y en ese momento, en el que ya no era capaz ni de recordar la fecha de nuestra última cena juntos, el viento comenzaba a soplar más fuerte que en los meses anteriores.

Es difícil verse en la nada. Tan abajo que ni siquiera parece llegar aire puro. E intentas respirar, pero te sigue faltando oxígeno. La ansiedad te cierra el estómago y las ojeras se convierten en tu seña de identidad. Y sin embargo, acaba dando igual, porque siempre hay personas dispuestas a hacernos sonreír.

Solo tienes que sentarte en el parque y mirar. De verdad. Los niños siguen saltando en los charcos y haciendo la croqueta en el césped. Pasaba antes y pasa después. No van a dejar de hacerlo simplemente porque ya no esté.

Porque ya no está y porque ya no es para tanto. No es amor, es cariño. No es echar de menos, es acordarse de alguien. No son sus labios los que sientes al cerrar los ojos, es su sabor mezclado con el de otros que ayudaron a aliviar el dolor.

En el sitio del que te hablo seguía siendo invierno, pero había dejado de llover. Los chicos se ofrecían a pintarte las uñas y la cerveza, aparte de ser una bebida, alimentaba. Había algo de historia en sus paredes, ciervos en sus parques y focas en sus playas. En el horizonte se mezclaban el verde de sus bosques, el blanco de su niebla y un extraño color naranja que aparecía en el mar.

Tampoco allí conseguí cumplir mi promesa. Pasé páginas, pero no me terminé el libro. Supongo que ya sé cuál es el final y que, por una vez, me va a gustar eso de dejar algo sin acabar.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Fue sin creer

No era la terraza con las mejores vistas de la ciudad, eran los ladrillos que se veían al abrir la persiana. No era la mejor cama, era la seguridad de estar pegada a la pared. Ni siquiera eran las ganas, era la necesidad estar allí. A cualquiera se le podía pasar por la cabeza irse a descansar a un sitio así.

Era como las ciudades con río, los espaguetis con tomate y las patatas fritas con sabor a vinagreta. Era todo lo que te podía gustar a cualquier hora del día. Un domingo de resaca o uno sábado a las seis de la mañana. Sonreír nunca había sido tan fácil. Y es que en eso consistía. Lo malo era darse cuenta después.

Como cuando ibas de vacaciones a la playa y hacías amigos justo cinco días antes de volver a casa. Era la hostia, pero empezabas a disfrutarlo cuando ya se estaba acabando. Como el último bocado de la hamburguesa. Vas hasta arriba de patatas fritas, pero joder, no te vas a dejar la mejor parte.

Y justo ahí, se acaba. Y lo único que nos queda es hablar bien de los finales. Con la distancia suficiente, claro. Cuando duele, pero no rabias. Cuando inspira, pero no lloras. Buscarle un adorno a tu juego de llaves nunca fue tan difícil. Volver al autobús y encontrar el libro olvidado fue un punto a mi favor. Será que hay que terminarlo. Con ganas, pero sin quererlo del todo. Así se llega a la última página. Ya sólo quedan dos por terminar.

lunes, 7 de marzo de 2016

Solo una más

Quería que fuera ayer, pero ha tenido que ser hoy. Porque al final siempre me dan las doce, porque al final sí que llegó el día siete, aunque poco tiene que ver ya con el veinticuatro. Pongo unos directos frente al Louvre, me llevo el portátil a la terraza y me enciendo un cigarro. El de hoy va por ti, por mí, por el nosotros y por el que regalamos a aquel señor de la calle en las últimas vacaciones.

Cierro los ojos. Hay caras que he olvidado durante estos años y todavía no he sido capaz de hacerlo con la tuya. Iban a ser dos años. Se lo digo a todo el mundo y es mentira. Tú lo sabes, yo lo sé. No hemos llegado. No hay nada mejor que el principio y al principio no estábamos juntos. Me gustó que fuera así. Me gustaba que fueras así.

Sigo dando caladas mientras pienso en que esta canción sonaba mejor a mil doscientos setenta y cinco kilómetros de aquí. Y uso letras y no números porque es lo que he estado haciendo desde el principio.

Nunca me gustaron los cambios. No es que los odie, pero no me gustan. Llegan cuando menos te lo esperas y te dejan con cara de tonta, mirando por la ventanilla de un tren subterráneo que ni siquiera se han molestado en limpiar. Incapaz de decidir nada, encajando el golpe con menos orgullo que el de un niño que pide llorando que le compren una camiseta.

Le intento dar una más justo antes de apagarlo y me quemo los labios. Tiene que ser así. Ya no hace falta explicación porque hoy ni siquiera hace falta que lo entiendas. Tiro la colilla al fondo de una botella de agua. Debe de ser así. Desde el principio. Tuvo que ser así.

martes, 23 de febrero de 2016

Algunas veces

Tengo los pies helados y así es imposible dormir. Me recuerda a la primera noche junto a ti, cómo querer a alguien que te da ganas de salir corriendo cuando te acaricia por debajo de las sábanas.

Mis manos están igual. Los dedos tan fríos que a veces me equivoco al elegir la letra que me toca pulsar ahora. Seguro que esta vez tengo alguna falta de ortografía.

No hago otra cosa que escuchar canciones en bucle. No hago otra cosa que no sea odiarte en los autobuses, no hago otra cosa que no sea aceptar que se acabó. Que el tiempo pasa para todos y que también ha pasado para nosotros. Y que no importa, porque sigo aquí.

Que me preguntan por cuánto hace y contesto que cuatro. Y que es mentira, como la mitad de las cosas que digo por aquí, como la mitad de cosas que te enfadaron. Como cuando dije que escribía cosas en las que no creía y me dejaste de hablar. Como los días que llamabas de madrugada.

Y llego a casa y ella no está. Y paso por al lado de tu casa y no soy capaz de llamar. Y mi casa tiene dos columnas que me mantienen, y sé que tres son multitud, pero es que en ellas he dejado muchas cosas.

Y bien sabes que ya da igual. Que yo ya no te escribo y tú ya no me lees. Que solo eras el olor que inspiraba, las canciones que escuchaba y la comida que me gustaba. Que echo de menos la lasaña. Pero tú no me invitas y a mí ya no me apetece ir.

Cierro las puertas y abro la ventana. Puede que haya llegado el día. O puede que no. El invierno está a punto de acabar y he decidido quedarme con el veintisiete, marzo sigue siendo nuestro.

miércoles, 17 de febrero de 2016

También esto pasará

Claro que es mejor cuando no cuesta, cuando sale solo, cuando eres incapaz de contener la sonrisa, cuando hay alguien que te mira fijamente desde el otro lado de la mesa, cuando te tomas dos cervezas y escribes todo lo que se te pasa por la cabeza. Y además queda bonito. Y piensas, joder, por qué no puede ser siempre así.

Por qué hostias no pudo ser siempre así. Porque hoy tengo que decirlo mal para que quede mejor, porque ya no sé si lo va a leer, porque me gustaría que lo estuviera entendiendo. Porque nunca me llegué a plantar en su puerta, porque su puerta había cambiado de número, porque al final la cobarde fui yo y porque no vuelve. Por qué no vuelves.

Quizá sea algo que nunca entenderé, quizá estábamos equivocados, quizá venga mañana o quizá me llame de madrugada. De madrugada le dio por reaparecer la primera vez, igual que la última vez que hablé con él. Recuerdo que me preguntó que cuándo volvía y volví para decirle que nunca me había llegado a ir.

Tan solo me había quedado allí, mirando a toda esa gente que había a mi alrededor. Demasiado pronto como para quedarme, demasiado tarde como para llegar.

jueves, 11 de febrero de 2016

Fumando lágrimas, llorando caladas

Este mediodía ha salido el sol y he decidido comer en la terraza. A veces cuesta. Es la eterna despedida. Que sí, que te prometo que esta es la última vez que nos vemos. Que sí, que de ésta no pasa que te empiece a odiar. Si ni siquiera ha habido beso, cómo va a haber sentimiento. ¿Acaso no era así?

Siempre te consuelan con las mismas frases, siempre te consuelo con las mismas palabras. Ambos sabemos que es la misma mierda de las veces anteriores, pero también que es una mierda que acaba pasando. Un día te levantas y apenas te duele. Otro día te acuestas y es la primera vez que lo piensas.

Que no hay peor trago que el de la saliva del momento en que te dicen que no sienten lo mismo, que no hay mayor pena que la que sientes cuando vienen a casa a recoger sus cosas, que no hay peor noche que esa en la que por fin consigues dormir y no deja de aparecer en tus sueños. 

Y al final ni siquiera es eso. El tiempo nos deja el recuerdo de ellas, pero esas sensaciones nunca vuelven, por eso parece que lo nuevo siempre es mejor, que decía Barney. Aunque lo nuevo también acabará siendo la misma mierda de siempre. 

¿Y sabes qué? Que no pasará nada. Volveremos a beber, haré macarrones para comer y el viento seguirá soplando allí fuera, tiñendo el cielo de otros tantos colores. Pero tú tranquila, que ahora no es momento de elegir el nuevo.

lunes, 8 de febrero de 2016

Repetidos

Tantos y tan pocos. A algunos les da miedo ver una piel llena de lunares. Y no parecen demasiados, pero si te pones a contarlos es imposible acabar. Siempre hay uno más. El que fumaba en la ventana mientras yo me metía en su cama, el de la barba descuidada, al que me gustaba mirar, el que tenía novia, el que me habló al oído por primera vez, el que por primera vez me escuchó y al que me gustaba escuchar tocar.

Todos tienen hueco, solo hay que seguir la línea de puntos. Está también el último del que me acordé, o el que se quitó la camiseta en medio del cine, el que llevaba rastas, el que se las cortó, el que sorprendía con algún mensaje de texto, el que me rechazó, el que escribió su particular despedida en un folio en blanco, el que se fue sin decir adiós, el que simplemente desapareció e incluso el que nunca existió.

No dejan de salir y siempre hay hueco para uno más. Subiendo por las piernas está el que me hacía reír pero no me gustaba, el que me rechazó porque éramos amigos, el que de vez en cuando me recuerda lo divertidos que fueron los diecinueve años, el que me llevó a la azotea más bonita de la ciudad, por el que me fui al rincón más horroroso del pueblo y el que un día me dijo que sí, pero finalmente fue que no.

Tan solo baja por la espalda y olvídate de los brazos. Faltaba el que tenía pánico a los aviones, el de aquel entretenido viaje en autobús, con el que me daba la mano mientras veíamos un documental en clase, el del nunca había tenido tantas ganas de besar a alguien, el que no se las aguantó, el que pasó sin llamar, el que se quedó a dormir pero no está, el que sigue doliendo y el que me mintió. Y da igual porque yo tampoco estoy diciendo la verdad.

Eso sí, también estás tú, una noche de verano dispuesto a llegar hasta el final. Pero no, qué va, todavía no ha llegado el que los sea capaz de volver a contar y yo ya no sé si siguen siendo noventa y nueve.

miércoles, 27 de enero de 2016

Yo cerveza y tú, café

Acabó saliendo del revés. Ella me habla de su miedo a darse de boca contra el suelo y yo le digo que la caída siempre llega cuando dejas de pensar en ella, justo en el momento en el que te has acostumbrado a volar. Tú pensando en lo bonita que se ve la ciudad desde allí arriba y la otra persona dejándote caer desde un quinto. Interior. Izquierda.

Puede que haya salido bien. Que sí, que da igual que fuera no esté nevando, que te hayas quedado fumando en la ventana o que llegues tarde al trabajo. No sé dónde caerá esta ceniza, pero ha merecido la pena. Tiene que ser así. Porque los principios son bonitos, los finales jodidamente tristes y las promesas nunca se cumplen. Cuestión política, dicen.

El caso es que yo pedí cerveza y él, café. Demasiado barco para tan poco jinete, pensé. Además, que siempre fuimos más de piratas y el mío, últimamente, se quitaba mucho los pendientes. Prefería camiseta y sudadera. Igual que él preferiría que yo no lo dijera. 

Lo peor no es eso, ¿sabes? Lo peor es que en la noche más horrible de esos malditos días, me acordé de ti. Prometí llamarte si volvía. Y ni una cosa ni la otra. Lo suyo está enterrado debajo de la cama, pero para lo nuestro puede que todavía tengamos tiempo.

jueves, 14 de enero de 2016

Latido a latido

Todos me miran y yo no sé qué coño les pasa. Quizá hoy tengo cara de haberme levantado acompañada, o tal vez sea el enorme grano que decora mi cara. Qué más da. Creo que tu jersey me sigue quedando bastante bien.

Él me pregunta si quiero y yo le contesto con ese mismo verbo. Porque sí. Porque suena bonito. Mucho más que el si te apetece. ¿Te acuerdas? Es de cuando me enseñaste que era mucho mejor ser el presidente de la República de los Magos que de Reyes. No sabes lo que me gustó.

He dejado de soñar contigo para hacerlo con el chico que me emocionó tocando en uno de los vagones del metro. Con él y con muchos más. No me acuerdo de cómo besas. Marzo. Te sorprendería saber el número. Igual que a mí me sorprendías al hacerlo. No hace falta que preguntes el qué.

Dicen que las personas vuelven justo en el momento en que las olvidas. Yo todavía estoy esperando. En serio, los hay que creen que si algo se acaba, no merecía la pena. No han entendido nada. A lo mejor fueron siete. ¿Acaso no sonreímos lo suficiente? Y con mucho gusto.

lunes, 11 de enero de 2016

Telarañas

Los planes de vida no se llevan a cabo, las promesas son para incumplirlas y los te quiero nunca son para siempre. Todo mal. Con lo que cuesta llegar a ellos y luego no valen para nada. Su risa sigue siendo la más graciosa que he escuchado en mi vida y parece que todavía es él el que pone música en casa, aunque nunca fue nuestra, aunque ahora siempre duerma a oscuras. Sé que lo entiendes.

Ordeno la habitación muy de vez en cuando y los abrigos continúan colgados en la silla del escritorio que una vez fue mío y otra suyo, pero que jamás he utilizado en todos estos años. Siempre fui de estudiar sobre la cama, otra de las cosas que odiaba. Como yo el temblor de sus piernas.

Uso la tercera persona, aunque todavía eres la primera. Ni siquiera me está suponiendo un esfuerzo. Tienen razón todas. Las que dicen que con el tiempo deja de doler, las que mantienen que hay personas que siempre lo hacen, las que te hablan de lo bonitas que son las segundas oportunidades e incluso las que creen que no valen absolutamente para nada. Hay veces que nunca llegan.

Es verdad. Si he guardado en la caja del portátil cada uno de tus recuerdos, por qué sigues aquí. Tengo tres libros a medio leer y puede que tenga miedo a acabarlos. ¿Alguna vez lo has sentido? Da igual. Era más fácil contigo, pero sigue siendo sin ti. Sé cuándo soy injusta. Abre la ventana. Esta vez sí, creo que ha dejado de llover.

sábado, 2 de enero de 2016

Seguimos sin saber perder

Llegó con la fuerza de siempre. Con la del treinta y uno, pero más intensa que nunca. De forma breve pero de muchas formas, así llegó. La de mis primeras Navidades sin ella, la del mensaje de felicitación que nunca llegó, la del que sí lo hizo pero decepcionó, la de cada vez que abría la puerta y no estaba, la de la falta de sorpresas, la del amor que se acabó, la de la indiferencia, la de acordarme de ti sin echarte de menos, la de la verdadera despedida, la de bajar cinco pisos de escaleras, la de mi vida sin ti, la de mi me contigo, la de los últimos versos que te escribo, la de plagiar a Sabina.

Si quieres todavía llego a tiempo de poner la mesa, tu solo tienes que encargarte de preparar la ensalada. Pongo el vino. Tú las ganas. Dime que sí. Que fallamos, pero en el fondo hemos acertado. Lo sé, lo sabemos. Solo tienes que contar hasta diez. ¿Lo ves? Ya se te han pasado las ganas de hablarme.

Esto son solo nervios, ya sabes. Los de las idas y venidas, los de las esperas en los aeropuertos, los de quedar con alguien, los de subir las escaleras corriendo para matar el gusanillo, los de las caricias en la parte de atrás del coche, los de volver a ver a otro alguien, los del primer beso, los del último, los de no reconocer unos labios, los del miedo a olvidarte, los de las miradas intensas, los que hacen que el tiempo se pase volando, los de aguantarme la sonrisa, los de las entrevistas de trabajo, los de no querer irme nunca y los de no poder callarme que me hubiera gustado quedarme para siempre.

Se nos ha hecho tarde, sí, como decía ese texto. El vino está picado, los canónigos de color marrón y se te ha vuelto a olvidar comprar el queso de cabra. Sabía que lo hacías adrede. No importa. Ya van dos. La bombilla sigue rota, el cielo ha vuelto a ser azul y hace tiempo que aprendí a perdonar. Me quedé los libros de francés, tú quédate el pijama que perdí.