martes, 7 de junio de 2016

Tiene nombre

Casa. Música. Una botella de vino. Pan, fuet y queso. Leo todos sus mensajes. No me apetece contestar. Más mensajes. Puto mundo de la instantaneidad, prefería esperar sus cartas al otro lado del país. Doy las buenas noches a mi perrita, un beso a mi madre y me salgo a la terraza. Quiero escribir, pero no puedo. Hablarte, pero no debo. Siempre hay una preposición dispuesta a ser parte de lo nuestro.

Cómo puede hacer tanto calor. Igual tiene razón María y es hora de guardar los abrigos, pero no tengo sitio en el armario. Me enciendo un cigarro. El humo de la primera calada al cielo, a modo de suspiro. No hay ni una sola estrella. Mi hermana me pide que baje el volumen de la música. Mañana trabaja. Yo también, contesto. Y hago caso, nunca fui una rebelde. 

Joder, se oye más la película que los vecinos tienen puesta en el patio. La reconozco. Son Diego y Martina. Me hace sonreír. Fumo. Te prequiero, pienso. Menudo ingenio. Es martes, pero podría ser domingo porque es mi día de descanso. Este fin de semana me he enamorado un par de veces. Me gustan los viernes cuando acaban en el bar de siempre y a la hora de siempre. Intento escribir. La apertura del metro indica que es la hora de volver a casa. Lo borro.

Es una mierda. Sé cuando lo es, pero también si es de la buena. Mierda de la buena. Me gusta llamarla así o la misma mierda de siempre. Me recuerda a mi mejor amigo. La cerveza siempre ayuda, así que supongo que habré perdido facultades. No sé para qué me he comprado este cuaderno si es mejor cuando te lo regalan. Lo cierro. Otro día que la historia se queda sin empezar. Sin sentir. Sin acabar. Otro día en la espiral.


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