lunes, 18 de abril de 2016

Mafé

De por qué las cosas casi nunca salen como queremos o lo que nos cuesta aceptar que no podemos hacer absolutamente nada para que nos quieran. De eso hablamos, entre risas, besos, cervezas y abrazos. Soy buena en eso. En eso y en decir que se os ha pasado la edad de ser valientes, que sois demasiado cobardes como para alcanzar un cielo así. No importa el color con el que amanezca.

Entre cata y cata, hay alguna buena cena de por medio. No te creas que estoy hablando de ti. ¿Quién se come un guiso con arroz a las diez de la noche? Somos de las que se dejan la voz por Sabina en el karaoke, de las que escuchan a Serrano cuando ya no hay lágrimas que derramar y de las que echan la bronca a sus amigas por hacer lo que no debían.

Eso sí, luego nos encontramos en cualquier bar y decimos, qué coño, cómo va a estar mal hacer algo que sentías. Entonces nos chocamos de frente con la realidad. Y decimos sí, volveremos a llorar, volveremos a beber y volveremos a olvidar. Porque en eso consiste todo esto, en que en unos años ellos sólo serán una historia más que contar.

Quizá algo por lo que reír cuando nos pongamos a recordar. O quizá algo que nos ponga el estómago del revés cuando lo volvamos a leer. Ya no importa si no me escribes, si me lees o si la vida es una jodida broma que nos pone una zancadilla tras otra para probar nuestra fuerza de voluntad. No existen los finales felices. Pero qué más da. Porque si sonreíste, permíteme la apropiación, definitivamente, no. No cuenta como error. Y eso es algo que no todo el mundo entiende.

martes, 5 de abril de 2016

Conmigo

Con las manos agrietadas, la piel blanca y los labios cortados. Así aparecí en aquel maravilloso lugar. Y en ese momento, en el que ya no era capaz ni de recordar la fecha de nuestra última cena juntos, el viento comenzaba a soplar más fuerte que en los meses anteriores.

Es difícil verse en la nada. Tan abajo que ni siquiera parece llegar aire puro. E intentas respirar, pero te sigue faltando oxígeno. La ansiedad te cierra el estómago y las ojeras se convierten en tu seña de identidad. Y sin embargo, acaba dando igual, porque siempre hay personas dispuestas a hacernos sonreír.

Solo tienes que sentarte en el parque y mirar. De verdad. Los niños siguen saltando en los charcos y haciendo la croqueta en el césped. Pasaba antes y pasa después. No van a dejar de hacerlo simplemente porque ya no esté.

Porque ya no está y porque ya no es para tanto. No es amor, es cariño. No es echar de menos, es acordarse de alguien. No son sus labios los que sientes al cerrar los ojos, es su sabor mezclado con el de otros que ayudaron a aliviar el dolor.

En el sitio del que te hablo seguía siendo invierno, pero había dejado de llover. Los chicos se ofrecían a pintarte las uñas y la cerveza, aparte de ser una bebida, alimentaba. Había algo de historia en sus paredes, ciervos en sus parques y focas en sus playas. En el horizonte se mezclaban el verde de sus bosques, el blanco de su niebla y un extraño color naranja que aparecía en el mar.

Tampoco allí conseguí cumplir mi promesa. Pasé páginas, pero no me terminé el libro. Supongo que ya sé cuál es el final y que, por una vez, me va a gustar eso de dejar algo sin acabar.