De por qué las cosas casi nunca salen como queremos o lo que nos cuesta aceptar que no podemos hacer absolutamente nada para que nos quieran. De eso hablamos, entre risas, besos, cervezas y abrazos. Soy buena en eso. En eso y en decir que se os ha pasado la edad de ser valientes, que sois demasiado cobardes como para alcanzar un cielo así. No importa el color con el que amanezca.
Entre cata y cata, hay alguna buena cena de por medio. No te creas que estoy hablando de ti. ¿Quién se come un guiso con arroz a las diez de la noche? Somos de las que se dejan la voz por Sabina en el karaoke, de las que escuchan a Serrano cuando ya no hay lágrimas que derramar y de las que echan la bronca a sus amigas por hacer lo que no debían.
Eso sí, luego nos encontramos en cualquier bar y decimos, qué coño, cómo va a estar mal hacer algo que sentías. Entonces nos chocamos de frente con la realidad. Y decimos sí, volveremos a llorar, volveremos a beber y volveremos a olvidar. Porque en eso consiste todo esto, en que en unos años ellos sólo serán una historia más que contar.
Quizá algo por lo que reír cuando nos pongamos a recordar. O quizá algo que nos ponga el estómago del revés cuando lo volvamos a leer. Ya no importa si no me escribes, si me lees o si la vida es una jodida broma que nos pone una zancadilla tras otra para probar nuestra fuerza de voluntad. No existen los finales felices. Pero qué más da. Porque si sonreíste, permíteme la apropiación, definitivamente, no. No cuenta como error. Y eso es algo que no todo el mundo entiende.
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