miércoles, 31 de julio de 2013

¿Lo nuevo siempre es mejor?

Lo nuevo no tiene por qué ser mejor, pero lo que sí solemos hacer es tratarlo mejor. Creo que lo llevo haciendo toda mi vida. Los balones nuevos no los bajaba a la calle para que no se estropearan. Luego llegaba uno nuevo que se quedaba en casa y hacía que el de antes fuera utilizado, pataleado, mojado, en fin, destrozado jugando al fútbol. Y así con cualquier juego.

Cuando llega la adolescencia empieza a pasar con la ropa. La nueva se lava sola, la vieja no importa que se te rompa. Te puedes sentar en el césped que te compraste el año pasado, pero con el que has adquirido esta semana te cuesta más. Eso sí, te acabas sentando.

Y luego vienen los dieciocho, el permiso de conducir y el coche. Y es cierto, el de madre, padre o el de ambos, nunca será tratado tan bien como tratas el tuyo. El nuevo. Pero siempre hay que recordar que no es el mejor, solo es el nuevo.

Esto hablando de bienes materiales. Con los inmateriales, que son los importantes, creo que pasa lo mismo. Lo jodido es que sigues sin diferenciar si lo nuevo es lo bueno, o simplemente lo tratas mejor por ser nuevo.

lunes, 22 de julio de 2013

Moción de confianza.

En el instituto tuve un profesor que siempre nos decía que no había que fiarse de nadie, "ni aunque te dispongas a cruzar la carretera y sea tu padre el que viene de frente con el coche". No sería el mejor profesor, pero cosas de este tipo nos enseñó unas cuantas. Ésta especialmente me parece de obligado cumplimiento. No son los demás los que te traicionan, es la confianza que les tenías.

Por eso, siempre prefiero pensar que todo es mentira y procuro no fiarme de nadie. La confianza es previa a la decepción. Cuando menos te lo esperas, te llevas el chasco. Y es grande.

Tranquilidad. Que también sé que lo de no poder confiar en los demás es una gran putada. Lo sé porque lo sufro. Hay personas que se pasan de inocentes y otras de desconfiados. Siempre he preferido ser del segundo tipo y la verdad es que no me ha servido absolutamente de nada.

Supongo que todos terminamos traicionando la confianza de alguien, pero lo que recordamos es el hecho de que traicionen la nuestra. Será la necesidad de hacer las cosas mal para que las de después, al menos, salgan bien.

Un extraño verano.

Y otra vez los nervios bien metidos en la tripa. No sé si algún día conseguiré que salgan. Muchas veces, molestan. No consigo llegar a Madrid sin pararme a pensar si cuando vuelva a casa, todo seguirá igual. Es culpa de ese miedo terrible a los cambios. Quizás sea porque los grandes cambios en mi vida siempre fueron para mal.

Hay personas a las que les aburre que todo siga igual. A mí me fascina. Los quiero a todos y cada uno de ellos allí, donde siempre, como siempre. Cada domingo, se me encoge el pecho al no poder estar a su lado. Cada domingo en los que sí estoy, procuro disfrutarlos al máximo.

Tres semanas esperando a verles y dos días se pasan volando. Por delante, otros cuatro domingos en los que no estaré y en los que espero que si algo cambia allí, que sea para bien. Nos veremos por mi cumpleaños, como de costumbre. No pienso en si saldré por la noche, pienso que la tarde la pasaré junto a ellos. Riendo y disfrutando, como se disfruta en familia.

lunes, 8 de julio de 2013

Solo era un juego.

Como cada viernes, al despertar, salía corriendo de su habitación, bajaba a los buzones de su portal y cogía su ansiada carta. Tan esperada como cada semana, tan nerviosa como cuando ella le escribía la respuesta. Un sobre blanco e impoluto, con los datos de la joven, los del remitente y un sello.

Mientras subía las escaleras de vuelta a su hogar, abría el sobre. Lo rompía, para qué mentir. Siempre había sido paciente, pero esto la sobresaltaba como ninguna otra cosa. Repasaba su semana contada en sus letras, con fe ciega en ellas, sobre todo en las últimas: Te quiero.

Hacía años que no se veían, ni siquiera habían llegado a besarse. Cuando él se fue apenas tenían once años, les encantaba jugar juntos, darse la mano en clase mientras veían alguna película y pasear juntos por la urbanización. Eso era todo. Y así tenía que quedar.

Ya tenían quince años, pero jamás se comunicaron por otro medio que no fueran las cartas. Así fue que un día dejaron de llegar. La decepción fue inmensa. Para él también, de hecho, no recuerdan quien dejó de escribir primero, pero lo hicieron. Nunca más se leyeron. Ni se vieron. Tampoco volverían a jugar, desde luego. Les quedó el recuerdo, el mejor de todos. Era amistad. Amistad durante la niñez. Amistad de la de verdad.

lunes, 1 de julio de 2013

Pongamos que hablo de ti.

Cuando me apetece mucho escribir, pero no consigo hacerlo, lo hago de ti. Podría hacerlo de las veces que me has llevado y traído del colegio, de aquellas otras en las que no pudiste hacerlo porque tenías que sacarnos adelante o de nuestros caminos a la playa en el coche.

No me olvido de la época de rebeldía por la que siempre se pasa y que tuviste que asumir sola. Afortunadamente, me llamaste la atención cuando lo tuviste que hacer. Desde entonces, hemos pasado mucho. Tanto que ni siquiera recuerdo cuando empezaron los problemas. Me imagino que se nace con ellos, aunque no seamos capaces de asumirlos.

Podría pasar después a hablar de mis viajes constantes en tren para poder pasar el fin de semana a tu lado. Los madrugones que nos damos los sábados para poder pasar una mañana de compras juntas. Y sí, ir de compras, la mayoría de las veces, significa ir a mirar ropa en las tiendas. De las tardes tumbadas al sol, de los días en el fútbol sala, de los conciertos a los que nos hemos acompañado y de las muchas lágrimas que me he tragado en cada despedida en la estación.

Por último, también podría hablarte de lo mucho que te necesito, de lo imprescindible que eres en mi vida y de lo importante que eres para todos los que estamos a tu alrededor. Mi mal genio no es cosa tuya, pero sí ser una persona sensible. Por eso, como sé que vas a leer esto, podrás emocionarte, porque esto que también es tuyo.