miércoles, 27 de enero de 2016

Yo cerveza y tú, café

Acabó saliendo del revés. Ella me habla de su miedo a darse de boca contra el suelo y yo le digo que la caída siempre llega cuando dejas de pensar en ella, justo en el momento en el que te has acostumbrado a volar. Tú pensando en lo bonita que se ve la ciudad desde allí arriba y la otra persona dejándote caer desde un quinto. Interior. Izquierda.

Puede que haya salido bien. Que sí, que da igual que fuera no esté nevando, que te hayas quedado fumando en la ventana o que llegues tarde al trabajo. No sé dónde caerá esta ceniza, pero ha merecido la pena. Tiene que ser así. Porque los principios son bonitos, los finales jodidamente tristes y las promesas nunca se cumplen. Cuestión política, dicen.

El caso es que yo pedí cerveza y él, café. Demasiado barco para tan poco jinete, pensé. Además, que siempre fuimos más de piratas y el mío, últimamente, se quitaba mucho los pendientes. Prefería camiseta y sudadera. Igual que él preferiría que yo no lo dijera. 

Lo peor no es eso, ¿sabes? Lo peor es que en la noche más horrible de esos malditos días, me acordé de ti. Prometí llamarte si volvía. Y ni una cosa ni la otra. Lo suyo está enterrado debajo de la cama, pero para lo nuestro puede que todavía tengamos tiempo.

jueves, 14 de enero de 2016

Latido a latido

Todos me miran y yo no sé qué coño les pasa. Quizá hoy tengo cara de haberme levantado acompañada, o tal vez sea el enorme grano que decora mi cara. Qué más da. Creo que tu jersey me sigue quedando bastante bien.

Él me pregunta si quiero y yo le contesto con ese mismo verbo. Porque sí. Porque suena bonito. Mucho más que el si te apetece. ¿Te acuerdas? Es de cuando me enseñaste que era mucho mejor ser el presidente de la República de los Magos que de Reyes. No sabes lo que me gustó.

He dejado de soñar contigo para hacerlo con el chico que me emocionó tocando en uno de los vagones del metro. Con él y con muchos más. No me acuerdo de cómo besas. Marzo. Te sorprendería saber el número. Igual que a mí me sorprendías al hacerlo. No hace falta que preguntes el qué.

Dicen que las personas vuelven justo en el momento en que las olvidas. Yo todavía estoy esperando. En serio, los hay que creen que si algo se acaba, no merecía la pena. No han entendido nada. A lo mejor fueron siete. ¿Acaso no sonreímos lo suficiente? Y con mucho gusto.

lunes, 11 de enero de 2016

Telarañas

Los planes de vida no se llevan a cabo, las promesas son para incumplirlas y los te quiero nunca son para siempre. Todo mal. Con lo que cuesta llegar a ellos y luego no valen para nada. Su risa sigue siendo la más graciosa que he escuchado en mi vida y parece que todavía es él el que pone música en casa, aunque nunca fue nuestra, aunque ahora siempre duerma a oscuras. Sé que lo entiendes.

Ordeno la habitación muy de vez en cuando y los abrigos continúan colgados en la silla del escritorio que una vez fue mío y otra suyo, pero que jamás he utilizado en todos estos años. Siempre fui de estudiar sobre la cama, otra de las cosas que odiaba. Como yo el temblor de sus piernas.

Uso la tercera persona, aunque todavía eres la primera. Ni siquiera me está suponiendo un esfuerzo. Tienen razón todas. Las que dicen que con el tiempo deja de doler, las que mantienen que hay personas que siempre lo hacen, las que te hablan de lo bonitas que son las segundas oportunidades e incluso las que creen que no valen absolutamente para nada. Hay veces que nunca llegan.

Es verdad. Si he guardado en la caja del portátil cada uno de tus recuerdos, por qué sigues aquí. Tengo tres libros a medio leer y puede que tenga miedo a acabarlos. ¿Alguna vez lo has sentido? Da igual. Era más fácil contigo, pero sigue siendo sin ti. Sé cuándo soy injusta. Abre la ventana. Esta vez sí, creo que ha dejado de llover.

sábado, 2 de enero de 2016

Seguimos sin saber perder

Llegó con la fuerza de siempre. Con la del treinta y uno, pero más intensa que nunca. De forma breve pero de muchas formas, así llegó. La de mis primeras Navidades sin ella, la del mensaje de felicitación que nunca llegó, la del que sí lo hizo pero decepcionó, la de cada vez que abría la puerta y no estaba, la de la falta de sorpresas, la del amor que se acabó, la de la indiferencia, la de acordarme de ti sin echarte de menos, la de la verdadera despedida, la de bajar cinco pisos de escaleras, la de mi vida sin ti, la de mi me contigo, la de los últimos versos que te escribo, la de plagiar a Sabina.

Si quieres todavía llego a tiempo de poner la mesa, tu solo tienes que encargarte de preparar la ensalada. Pongo el vino. Tú las ganas. Dime que sí. Que fallamos, pero en el fondo hemos acertado. Lo sé, lo sabemos. Solo tienes que contar hasta diez. ¿Lo ves? Ya se te han pasado las ganas de hablarme.

Esto son solo nervios, ya sabes. Los de las idas y venidas, los de las esperas en los aeropuertos, los de quedar con alguien, los de subir las escaleras corriendo para matar el gusanillo, los de las caricias en la parte de atrás del coche, los de volver a ver a otro alguien, los del primer beso, los del último, los de no reconocer unos labios, los del miedo a olvidarte, los de las miradas intensas, los que hacen que el tiempo se pase volando, los de aguantarme la sonrisa, los de las entrevistas de trabajo, los de no querer irme nunca y los de no poder callarme que me hubiera gustado quedarme para siempre.

Se nos ha hecho tarde, sí, como decía ese texto. El vino está picado, los canónigos de color marrón y se te ha vuelto a olvidar comprar el queso de cabra. Sabía que lo hacías adrede. No importa. Ya van dos. La bombilla sigue rota, el cielo ha vuelto a ser azul y hace tiempo que aprendí a perdonar. Me quedé los libros de francés, tú quédate el pijama que perdí.