Nos sentamos en la terraza del turco de hace unos años. El de cuando éramos felices. ¿Os acordáis? No podíamos borrarnos la sonrisa de la cara y pensábamos en que dentro de unos años estaríamos aquí sentadas hablando de desamor. La mayoría de las veces es así. Estás tan bien que solo puedes pensar en cuando estés mal. Igual que cuando estás tan mal que no puedes ni llorar.
Hay frases que no se olvidan, sobre todo si las ha dicho un amigo. El kebab de siempre. Y sin tomate. Por favor. Es imposible que después de tanto tiempo no lo hayas logrado. Sonríes. Sonrío. Nos reímos. No habremos olvidado, pero este mes de abril ha sido solo nuestro. Ya lo decía mi madre, hay que bloquear más. Porque hay mensajes que es mejor no recibir.
Cuando nos acabamos la cerveza volvemos a la misma tesitura de siempre. Que por qué vas a forzar algo que no te sale, que porque es mejor volver a escribir de vez en cuando, que si así no queda bien, que si es mejor cuando sale de dentro, cuando desde el principio sabes que va a ser algo jodidamente bonito. Bonito y diferente. De los que emocionan. Como los mensajes a deshora.
Ni el dichoso helado consigue unirnos. Además siempre nos contradecimos. Pero es verdad. Esto tampoco va a salir bien. Lo sé yo. Lo sabes tú. Forma parte del relleno, está feo decir que es una más. Todavía no ha habido alguien que sepa explicar el porqué, aunque todos sabemos que es así. Que es verdad. No hay que sentirse mal por ello. Se quiere sin querer. De toda la vida. Querer queriendo no vale la pena.
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