Tengo los pies helados y así es imposible dormir. Me recuerda a la primera noche junto a ti, cómo querer a alguien que te da ganas de salir corriendo cuando te acaricia por debajo de las sábanas.
Mis manos están igual. Los dedos tan fríos que a veces me equivoco al elegir la letra que me toca pulsar ahora. Seguro que esta vez tengo alguna falta de ortografía.
No hago otra cosa que escuchar canciones en bucle. No hago otra cosa que no sea odiarte en los autobuses, no hago otra cosa que no sea aceptar que se acabó. Que el tiempo pasa para todos y que también ha pasado para nosotros. Y que no importa, porque sigo aquí.
Que me preguntan por cuánto hace y contesto que cuatro. Y que es mentira, como la mitad de las cosas que digo por aquí, como la mitad de cosas que te enfadaron. Como cuando dije que escribía cosas en las que no creía y me dejaste de hablar. Como los días que llamabas de madrugada.
Y llego a casa y ella no está. Y paso por al lado de tu casa y no soy capaz de llamar. Y mi casa tiene dos columnas que me mantienen, y sé que tres son multitud, pero es que en ellas he dejado muchas cosas.
Y bien sabes que ya da igual. Que yo ya no te escribo y tú ya no me lees. Que solo eras el olor que inspiraba, las canciones que escuchaba y la comida que me gustaba. Que echo de menos la lasaña. Pero tú no me invitas y a mí ya no me apetece ir.
Cierro las puertas y abro la ventana. Puede que haya llegado el día. O puede que no. El invierno está a punto de acabar y he decidido quedarme con el veintisiete, marzo sigue siendo nuestro.
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