Quería que fuera ayer, pero ha tenido que ser hoy. Porque al final siempre me dan las doce, porque al final sí que llegó el día siete, aunque poco tiene que ver ya con el veinticuatro. Pongo unos directos frente al Louvre, me llevo el portátil a la terraza y me enciendo un cigarro. El de hoy va por ti, por mí, por el nosotros y por el que regalamos a aquel señor de la calle en las últimas vacaciones.
Cierro los ojos. Hay caras que he olvidado durante estos años y todavía no he sido capaz de hacerlo con la tuya. Iban a ser dos años. Se lo digo a todo el mundo y es mentira. Tú lo sabes, yo lo sé. No hemos llegado. No hay nada mejor que el principio y al principio no estábamos juntos. Me gustó que fuera así. Me gustaba que fueras así.
Sigo dando caladas mientras pienso en que esta canción sonaba mejor a mil doscientos setenta y cinco kilómetros de aquí. Y uso letras y no números porque es lo que he estado haciendo desde el principio.
Nunca me gustaron los cambios. No es que los odie, pero no me gustan. Llegan cuando menos te lo esperas y te dejan con cara de tonta, mirando por la ventanilla de un tren subterráneo que ni siquiera se han molestado en limpiar. Incapaz de decidir nada, encajando el golpe con menos orgullo que el de un niño que pide llorando que le compren una camiseta.
Le intento dar una más justo antes de apagarlo y me quemo los labios. Tiene que ser así. Ya no hace falta explicación porque hoy ni siquiera hace falta que lo entiendas. Tiro la colilla al fondo de una botella de agua. Debe de ser así. Desde el principio. Tuvo que ser así.
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