miércoles, 23 de marzo de 2016

Fue sin creer

No era la terraza con las mejores vistas de la ciudad, eran los ladrillos que se veían al abrir la persiana. No era la mejor cama, era la seguridad de estar pegada a la pared. Ni siquiera eran las ganas, era la necesidad estar allí. A cualquiera se le podía pasar por la cabeza irse a descansar a un sitio así.

Era como las ciudades con río, los espaguetis con tomate y las patatas fritas con sabor a vinagreta. Era todo lo que te podía gustar a cualquier hora del día. Un domingo de resaca o uno sábado a las seis de la mañana. Sonreír nunca había sido tan fácil. Y es que en eso consistía. Lo malo era darse cuenta después.

Como cuando ibas de vacaciones a la playa y hacías amigos justo cinco días antes de volver a casa. Era la hostia, pero empezabas a disfrutarlo cuando ya se estaba acabando. Como el último bocado de la hamburguesa. Vas hasta arriba de patatas fritas, pero joder, no te vas a dejar la mejor parte.

Y justo ahí, se acaba. Y lo único que nos queda es hablar bien de los finales. Con la distancia suficiente, claro. Cuando duele, pero no rabias. Cuando inspira, pero no lloras. Buscarle un adorno a tu juego de llaves nunca fue tan difícil. Volver al autobús y encontrar el libro olvidado fue un punto a mi favor. Será que hay que terminarlo. Con ganas, pero sin quererlo del todo. Así se llega a la última página. Ya sólo quedan dos por terminar.

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