Hay días que por más que quieras, no sale. Es como esa conversación que debes tener para mejorar las cosas. Ya sabes, ésa. La que nunca llega. Lo dejas para más adelante y acabas dejándolo para siempre. Todo es igual que hace doce años. Los peores mensajes llegan en una llamada de teléfono, igual que los amores de verano nunca son más que eso.
Amores, pero de verano. Ayer sonreías al hijo de la mujer de la tienda de golosinas de tu playa y hoy te vas a otro país a darte cuenta de que sí, también puedes sonreír tu sola. No importa que no haya nadie delante para verlo.
Ahora cocinas pasta para otra y yo escribo para nadie. No lo voy a saber hasta que no me lo digas. Se ha secado la planta que pusimos en el salón y ya ni siquiera me pongo las zapatillas que me regalaste. Tampoco le busques sentido. Es probable que no lo tenga.
Tan difícil es lo de irse como lo de no volver, así que hay algunos que todavía están esperando. Otros ni se atrevieron a despedirse. Ni mejor ni peor. No nos gusta lo que hacemos, pero nos seguimos apoyando. Sin cielos de colores ni conciertos de grupos que no conocíamos, dispuestas a seguir intentándolo.
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