jueves, 27 de febrero de 2014

No llegamos al vino

No era el mejor vino que había probado, la carne estaba demasiado hecha y le faltaba sal, así que supuso que no era el momento de tener una discusión. Bastante tenían con estar en ese restaurante caro y aburrido. O por lo menos, bastante tenía ella, que siempre fue más de bares cutres y cerveza. Igual que era más de chicos con sudadera y zapatillas y no de los de camisa y zapatos. Pero claro, a esas alturas de su vida solo encontraba de los que se quejaban al mancharse. 

Entonces siempre recordaba a Pablo, que prefería espaguetis con tomate e ir de cañas por las tardes. Además, solía ponerse sudaderas, aunque ella nunca le regaló ninguna. Pensaban que hacerse regalos era pasarse de la raya, pero lo cierto es que ni había raya ni se pasaban. Más bien ni siquiera llegaron. La madre de Claudia siempre decía que habían sido unos cobardes. Tanto tiempo juntos e incapaces de decirse lo que sentían. Así acabaron, haciendo sus vidas por separado, cuando el mejor de sus futuros era en el que vivían juntos.

Sin embargo, allí estaba, en un restaurante caro, tomando una copa de un vino que no le gustaba con un hombre de traje, con tacones y sin una sola mancha de tomate. Lo normal cuando en vez de espaguetis pides carne. Dicen que cuando pides vino para cenar es que te has hecho mayor. Y claro, a ver entonces cómo le dices al camarero que lo prefieres mezclado con limón.

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