lunes, 31 de marzo de 2014

Siempre hay viaje de vuelta

Y sí que las despedidas son espantosas. A lo mejor por eso prefiero decir adiós el penúltimo día, que cuesta menos. Mira que lo siento, pero soy de esas que no pueden aguantar las lágrimas ni los malos gestos. Me da por alcanzar metas que ni siquiera me había propuesto y destrozar futuros que hacía años planeé. Todo por llevar la contraria, que diría mi madre.

Las personas te cambian, claro. No me refiero a que te sustituyan, que también, me refiero a que no te dejan ser la misma. Aprendes de casi todas de las que pasan por tu vida. Unas te enseñan a no aguantar nunca más un mal trato, otras a que se puede sonreír a cualquier hora del día, e incluso algunas con las que te puedes sentar en un parque a comer pipas y ver pasar la vida, que no te parecerá estar desperdiciándola.

Pero es que hay veces que alguien viene a destrozar el castillo de naipes que tanto te costó construir y lo convierte en un muñeco de nieve que te cuesta tocar porque te asusta el frío. Bastaría con derretirlo, joder, pero es que a los naipes los tira un soplo de aire.

Vamos, que me bajaron del árbol, pero caí de pie al suelo. No hay heridas, solo sueños por cumplir.

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