Y llegas ahí otra vez, al mismo acantilado, al de hace unos años, en el que también estudiabas inglés, pero pensabas en personas diferentes. El que te hacía respirar aire puro para poder preguntarte a ti misma qué estás haciendo con tu vida, a quién echas de menos y si estás cumpliendo alguno de tus sueños.
Y una vez más te tratas de convencer de que mereció la pena, de que nada de esto habría ocurrido si estuvieras en casa y te acuerdas de las personas que nunca habrías conocido. Y te lo vuelves a repetir. Que sí, que ha merecido la pena, cuando en realidad no ha habido pena, sólo que no has estado en casa. A veces te has sentido como si estuvieras allí, pero no era tu casa.
Y no importa. No importa si te equivocaste viniendo, empezando, eligiendo, terminando o dejándolo. No pasa nada. Porque siempre vuelves, una y otra vez, a ese acantilado en el que ya has estado, a punto de dejarlo todo, de vaciar tu mochila allí mismo, de empezar de cero.
Y nunca lo haces. Simplemente te vas unos días a casa. Allí no te pueden pillar.