Empezaré por contarte algo que sí que se hacer bien y, eso es, hacer las cosas rematadamente mal. Exagero, sí. En mi día a día, lo hago todo bien. En lo demás, todo mal. Y sí, exagerar está entre esas cosas.
Como siempre me gustó controlar mi vida, no soporto ver cómo se me escapa de las manos. Y más si es por una decisión mía. Yo cambiando las cosas, yo cambiando mis cosas. Increíble, pero cierto. Eso sí, cabezota como yo sola. Cuando se toma una decisión, no se mira atrás. No sé quién me lo enseñó, pero así lo creo. "¿No querías lentejas? Pues ahora te las comes".
Y con gusto, por algo son mi comida favorita. Las he aprendido hacer perfectamente, como todo lo de mi día a día. Decidí comer lentejas y me daba igual si me amargaban. O me empacharan. Las quería.
La pena es que mis favoritas son las que hace mi madre y ella, ahora, está lejos y no quiere hacérmelas. Así que tampoco las puedo compartir. Por eso, prefiero sentarme y odiar. Odiar como veo que todo se me escapa.
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