Hoy era él quien iba a comer a su casa. Su madre había preparado espaguetis, pero ella no había avisado a Pablo de que eran a la carbonara, solo había dicho que comerían espaguetis.
Cuando él vio aquel plato encima de la mesa, se asustó. Esos espaguetis eran blancos, ¿dónde estaba el tomate?
-¿Esto son espaguetis? -preguntó Pablo-.
-Pues claro. ¿No los ves? -replicó Claudia-.
-Pero yo pensaba que eran espaguetis con tomate, los de siempre.
-Pues no lo son. Son a la carbonara. Seguro que te gustan, mi madre cocina estupendamente.
-Ya...Pero llevan bacon y esa salsa...No sé.
-¡Tiene queso! ¡A ti te gusta el queso! ¿Por qué no los quieres probar? Son unos simples espaguetis. ¡Siempre igual! Como cuando no quieres comer de las fresas que llevan azúcar.
Claudia se hartó de esperarle y empezó a comérselos ella sola. Le encantaban, no tenía por qué esperarle. Además, seguro que él se los dejaba. Mejor, así tenía para el día siguiente.
-¡Pero es que no me gusta el bacon!
-Pues no se lo puedes quitar. No comas. Quédate con tus espaguetis con tomate de toda la vida, que esos sí que sabes que te gustan de verdad.
Claudia fue al frigorífico, sacó el bote de tomate frito y lo echó por encima de los espaguetis de Pablo. Él sonrió. Le encantaba verla enfadada, así que se comió los espaguetis.
Y no le gustaron, pero le hicieron feliz.
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