Porque qué sería de nosotros si no supiéramos dar las gracias. Porque a mí también me enseñaron a hacerlo. Por eso. Por todas las veces que me curaste los codos tras sufrir una caída, por las noches en las que te levantaste a hacerme una tila para que pudiera dormir, por las tardes en las que me hiciste la merienda, o por otras tantas en las que me preparaste el almuerzo del instituto.
Por estar ahí cuando acabé el colegio, por vivir mi alegría cuando me cogieron en la universidad, por ir a recogerme tantas noches en las que salía, por alegrarte por mí cuando me concedían la beca para seguir estudiando fuera, por entristecerte cuando no, por saber que todos estos años había estado ahorrando por si pasaba, por estar ahí el día de mi graduación.
Por dejarme llorar en tu hombro, por secarme las lágrimas y limpiarme los ojos de rimmel, por llamarme cada noche cuando más lo necesitaba, por mandarme mensajes de ánimo en los días de estudio, por llenarme la nevera cuando la tenía vacía, por regalarme los libros que no podía comprar, por las veces que me esperaste en la estación, por tantas otras en las que me dijiste adiós.
Por los reencuentros después de cada viaje, por cada abrazo, por cada beso, por cada sonrisa. Por todo esto que no hiciste, los momentos en los que no estuviste y las llamadas que no realizaste. Por dejárselo todo a ella. Es más, por elegirla a ella, porque no lo pudiste hacer mejor. Gracias. De corazón.
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