lunes, 13 de agosto de 2018

Epílogo

Qué sería de mí sin las prisas. Qué. Sin esa sensación de estar llegando tarde siempre. Una y otra vez. “¿Cómo vas? Bien, llego en nada”. Entonces llego. Y me subo al tren. Y toda esa presión que antes sentía en mi cabeza, esa sensación de que el cerebro me estaba a punto de estallar, pasa a ser tan solo tristeza.

Tristeza y vacío. Hasta hace tres meses coger este tren me llenaba de felicidad, pero desde hace tres meses estas vías llenas de rocas acaban en un lugar en el que ya no estás. Te echo de menos. Te echamos, en plural.

He estado intentando recoger cada cachito esparcido aquel día, ya me estoy recomponiendo. Hace varias noches que no lloro. Y, sin embargo, aquí estoy, intentando tragarme las lágrimas en un tren destino al mar en cuyas pantallas están poniendo Coco. Una maravilla. Una maravilla que hoy no voy a ser capaz de ver.

He escrito tantos textos de despedida en este tiempo, he pensado tantas veces en volver aquí y acabar con esto para siempre: el último pijama, el tuyo. En dos días celebraremos mi cumpleaños y la punzada en el pecho será tan grande como aquella mañana de mayo. Esa vez sí que llegué tarde. Y no sabes cuánto lo sentí.

Siempre imaginé que este sería el final. Y así debe ser. Me queda tu recuerdo. Y a él me agarro con la fuerza con la que te agarrabas tú a la vida en el ocaso de tu existencia. Gracias abuela, por el amor, por los cuidados y, sobre todo, por la resistencia. Seguiremos. Siempre fuertes. Siempre juntas.

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