viernes, 19 de octubre de 2012

Con calma

Zapatillas de montaña, vaquero levis desgastado, mochila a hombros, jersey que bien podría parecer de otra época. ¿Barba? Cómo no iba a tener, por supuesto de varias días. Un rostro fino agudizado por una nariz aguileña en la que reposaban dos enormes ojos azules. Cabello despeinado y ondulado, y actitud de libertad.

Cuando entra en el ascensor te fijas en él, por lo extraño de su persona, pero él está a otra cosa. Pendiente de si alguien necesita ayuda o no. Y es capaz de ver lo que ninguno de nosotros vemos. Cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, le da al botón de apertura y sale a recoger a un hombre mayor. 

Dentro, jóvenes y adultos, incluso de esos de los que van vestidos de traje de lunes a lunes. De los que aparentan ser alguien importante y de buena educación. Pero que simplemente lo aparentan. Porque el que parecía un loco escala montañas es capaz de ver lo que nosotros no. Porque tal vez él nunca se deje llevar por la rutina de esta ciudad. Porque admiro a la gente con esa capacidad.

No corre, no lucha, no se quiere sentar y, mucho menos, tiene prisa. Una persona libre de cualquier atadura, una persona en paz, probablemente consigo mismo, y también con los demás.

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