Con la mochila a cuestas en busca de una vida mejor, huyendo de todo lo que tiene que ver con su ciudad, su familia y sus amigos. Está harto y es hora de dejarlo atrás. Desde que nació nunca encontró nada que le atara a ese lugar, entonces, ¿por qué quedarse?.
No hacía falta recoger demasiadas cosas de la habitación, no llenaría una maleta. Nunca tuvo demasiado, pero no era por eso por lo que se iba. Abandonaba su casa porque no la aguantaba, se le caía encima. En sentido figurado o literalmente, daba igual, se caía.
Mira que ha intentado veces ser una columna para que ese hogar no se derrumbara, para que no fuese nunca un foco de atención. Solo algo que sostiene el techo. Estaba harto de querer ser eso. No tenía por qué ser una columna pudiendo ser una catedral.
Así que, en la mochila, además de poca ropa y unas zapatillas, llevaba cal, arena y agua. La mezcla para hacer agramasa. El paso previo a la construcción de algo. Y ese algo sería una gran catedral. Llena de felicidad e ilusiones. Ilusiones que, desde hacía mucho, solo tenía él. Ilusiones que caracterizan a un niño. Un simple niño de doce años.
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