No asumió lo que debía asumir, no decidió por quienes tenía que decidir, jamás dio lo que tenía que haber dado sin que se lo pidieran y siempre creyó ir por delante cuando lo que de verdad estaba sucediendo era que se quedaba atrás. Muy atrás.
En una cuneta en la que él mismo había decidido quedarse. Incapaz de querer como tenía que haber querido, como se supone que se debe querer. Incapaz de asumir las responsabilidades que le correspondían e incapaz de reconocer los mayores errores de su vida.
Y mira que siempre había presumido de ser un valiente, y mira que no le gustaba esconderse de los demás, pero sí jugar a ser quien no era. Entonces decidió ser eso. Un cobarde. El cobarde que renunció a lo mejor de su vida. El típico cobarde que ni siquiera perdiendo su regalo más preciado, se da cuenta de que lo que ha hecho.
Los cobardes siempre se merecen algún insulto, pero no seré yo quien lance piedras cuando mi tejado está lleno de ellas.
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