Perdona, pero es que nunca sé qué decir. No soy de dar consejos ni tampoco de decir buenas palabras que sirvan a alguien de consuelo. Tan mal se me da eso como lo de decirte que me encanta tu risa. Así que prefiero no decir nada. A menudo pongo cara de no saber dónde meterme. Pero, eh, doy buenos abrazos.
Tal vez no sepa qué decirte, pero puedo estar ahí siempre que lo necesites. Hacerte compañía, en silencio. Acariciarte o cogerte la mano. Besarte en la mejilla antes que en la boca y desearte buenas noches el día que no vayas a poder dormir. Yo tampoco lo haré, pero en mí eso no será una novedad.
La mañana que despierte tras haber dormido toda la noche a tu lado, te diré que te quiero. Pero como puede que eso nunca pase, se me escapará alguna frase de ese tipo de vez en cuando, sobre todo, si antes me he bebido unas cervezas.
Seré cariñosa cuando menos lo necesites y no me quejaré si me despiertas cuando he cogido el sueño. A menudo reclamaré algo que ni siquiera me importa y nunca sabré cuando darte el último beso antes de irme. Escucharé tus canciones cuando no me veas y empezaré a pensar que esto fue especial el día que tenga que quitar tus recuerdos de la habitación.
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