jueves, 2 de enero de 2014

Tercer y último plato

Y en ese punto de indecisión en el que no sabía si disfrutar o acabar con todo, él preparó espaguetis para comer. Con tomate. Como aquellos que tomaban cuando eran pequeños y quedaban después de clase. Pablo nunca logró hacerlos tan ricos como los hacía su madre, pero a Claudia no le importaba. Era el mejor plato del mundo.

La verdad es que la carne picada sabía bien, la cebolla estaba en su punto y el tomate manchaba igual que cuando tenían diez años. Y a Claudia, por supuesto, seguía sin importarle.

-Llevas tomate en la mejilla -dijo Pablo-.
-Ni siquiera después de diez años vas a dejar que me coma un plato de espaguetis tranquila -replicó ella-.

A él siempre le gustó verla enfadada porque le duraba unos segundos, luego siempre le sonreía y afirmaba que no le importaba nada de lo que le dijese. Pablo sabía que era mentira. Anda que si no le importara iba a estar ahí comiéndose sus espaguetis.

-Luego vamos a jugar al fútbol.
-¿Al fútbol? Había pensado que podíamos ver una película.
-¿Peli? ¿Pero en qué tipo de persona crees que me he convertido? ¿No se trataba de rememorar viejos tiempos? Pues vamos a jugar al fútbol que hace mucho que no lo hago -dijo Claudia-.

Ella nunca fue de sugerir planes, más bien los imponía. A Pablo no le importaba, Claudia siempre tenía buenas ideas. Así que jugaron al fútbol hasta que acabaron peleados. En eso consistía aquella cita. Cuando eran niños las discusiones quedaban olvidadas tras una noche de descanso. Pero ya no eran niños ni descansaban tan bien por las noches, así que a la mañana siguiente se les olvidó sonreír.

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