Y quién me lo iba a decir, ¿verdad? Que iba a acabar adorando tu risa tanto como odio el nerviosismo de tus piernas. Que iba a haber un mapa en el que señalar los lugares visitados y un dibujo de Ratatouille en mi pared. Porque ni siquiera cuando me dijiste que ibas en serio empecé a creer que así fuera, pero he acabado en tu nueva habitación sonriendo con una canción en catalán y planeando asistir a un concierto en euskera.
Tal vez fue aquel viaje escuchando a Quique González o quizás el primer regalo envuelto en papel de periódico, qué sé yo. Tu saber hacer las cosas tan bien sin pedírtelo o esa maldita cama tan helada en la que apenas podía dormir. No sé si entre todas estas cosas hay alguna razón. Mis días libres, tus enfados o el primer beso. Robado o cedido, da igual.
La primera llamada de madrugada, el verde de tus ojos rojos o un par de Super Bock en cualquier terraza de Lisboa. Un buenas noches en ruso, aquel neska polita o escucharte hablando alemán. Creo que sigo sin encontrar el por qué. Incluso he llegado a una comida en la cafetería de mi universidad y unos chupitos en la Chocita, pero sigo sin entender cómo ha pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario