lunes, 17 de noviembre de 2014

Desmontable

La lluvia sonaba como las agujas del reloj que nunca llegó a pararse, siempre en funcionamiento, con ese maldito ruido que indicaba el momento en el que pasaba una hora más. Él seguía sin llegar y ella continuaba sin entender por qué cada vez volvía a casa más tarde. Hasta que llegó un día en que no lo escuchó entrar. Y por la mañana no le dio tiempo a verlo, pero cómo iba ella a pensar que él no había dormido en casa. No. Imposible. Él no era de esos. Él mismo lo dijo. No hablaba con ella, pero le escuchó. Y le creyó.

Sin embargo, la mayoría de las veces, nada es como crees. Él no había dormido en casa, ni avisaba de por qué no llegaba, ella espiaba conversaciones que no llegaba a entender y se iba a dormir con la esperanza de que nada cambiase. Pero hay presentes que nunca llegan a ser futuros y futuros que sólo son presentes.

Le dijeron que era lo mejor, aunque había dos caras que no se creían el mensaje. Ella escuchó, asintió e hizo sólo una pregunta. La vida, dijo él. La puta vida. Le puede pasar a cualquiera. A cualquiera, por supuesto que sí. Romper tres corazones de una tacada e irse a dormir. Ni siquiera pudo decirle adiós, porque nunca supo en qué momento se había empezado a ir.

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