No es que no quiera hacerlo, es que se me encoge el estómago al pensarlo. No se le puede exigir mucho más a alguien que se toca la ceja cuando se avergüenza de algo. Sudores fríos. Los previos al vómito. La tripa revuelta y el móvil recibiendo llamadas sin contestación.
Las hay valientes, juro que me he encontrado con más de una, pero soy de las que planean la conversación ciento cincuenta veces antes de tenerla. Para que nada salga como esperaba. Para que todo se eche a perder.
Sé que hace un par de años me metí en un buen lío. Lo supe desde el primer momento y, aunque pensaba que sí, la verdad es que no hice nada por evitarlo. Una camiseta envuelta en papel de periódico y el beso, o el paso, definitivo a una vida que no había planeado.
Un septiembre diferente, un enero terrorífico y un marzo inesperado. Medir el tiempo por ciudades. Dime si las has repasado. Ahora te toca a ti cerrar los ojos y avanzar hacia delante. Prometo no girarme.
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