El amor es eso que sientes al ver la cara de tu madre en su primer viaje en avión, el olvidar un intercambio de gritos con tu hermana sin tener que pedir perdón, quedarte dormida en su cama con conversaciones en portugués como canción de cuna.
¿La tristeza? El primer cumpleaños sin tu familia, ver tu facultad desde la carretera por la que cada días vas a un trabajo que nada tiene que ver con lo que estudiaste y quedarte sin vacaciones acompañada de tus mejores amigas.
Cuarenta y nueve días parecen tantos que al principio ni siquiera alcanzas a contarlos. Pero cuando vas por el número treinta y has dejado de odiar los lunes porque no sabes ni qué día es, entonces, sí, empiezas a sentir que algo se te ha muerto por dentro.
Hay quien pregunta qué te pasa y hay quién lo sabe con mirarte. El amor también es eso. Porque no recuerdo despedida más triste que la de la amiga que me ha acompañado en esta aventura que dura ya seis años. Porque una comida de piso en un año de convivencia te da fuerzas para seguir. Porque una reunión en un bar cutre puede ser el acontecimiento del mes. Y porque nueve horas de carretera a cambio de un día en casa siempre es una gran elección.
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