Este invierno ha sido el más tardío de todos pero ha entrado con más fuerza que ninguno. De repente llovía y en la calle hacía un frío que encogía espaldas y congelaba corazones. Y claro, cuando vienes de los años más calurosos de tu vida, te pilla demasiado desprevenida.
Ya no hay croissants por las mañanas, llamadas a mediodía, ni consuelo al llegar a casa por la noche. El amor también es esto. El saber admitir que ya no es suficiente, llorar durante unas horas frente a la persona que querías y tener el estómago cerrado durante días.
Toda la vida viendo cómo se actúa en el amor y nadie es capaz de explicarte a lo que te expones cuando decides lanzarte al vacío por alguien. A que te manden a la mierda a la primera de cambio, a que te rompan el corazón, a darte cuenta de que la relación que tenías y que tan especial creías es la misma mierda que la que tienen todas las demás parejas o a que el tiempo pase a transcurrir de forma tan lenta como en los últimos minutos de una final de la Champions League que tu equipo va ganando uno a cero.
Y sí, al final te acaban metiendo un gol y la decepción es aun más grande que si hubieras ido perdiendo todo el partido. Porque entonces, al menos, te habrías esperado la derrota.
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