Justo quince diciembres después de aquel día nos dejas y yo, tan egoísta como siempre, solo pienso en que estas pueden ser las peores navidades de todos los tiempos. Porque os vais justo antes de empezarlas, igual que él se fue después de terminarlas.
Posiblemente eras lo único que nos quedaba. Y ya no nos queda nada. Y contigo se me va un trozo de vida. Quince años de vida. De espera en la puerta, de tardes en el sofá, de subirte a la cama sin que lo supiera mamá, de hacernos compañía en cada etapa de desolación, de saber que cuidabas de ellas, de decirte nos vemos pronto cada vez que me volvía a Madrid.
Las despedidas son una mierda, no digo que me gusten. Solo que las prefiero. Las prefiero antes de que un hasta luego se convierta en un adiós sin siquiera esperarlo. Porque sé que me voy a romper el día que vuelva a casa y no vengas a recibirme. Porque te voy a echar de menos toda mi vida, amiga. Y porque qué más da que Gimly fuese un enano y tú una hembra, si era el mejor nombre del mundo y el mundo fue nuestro durante mucho tiempo.
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