Pero lejos de eso, nada más. No fue consciente de que el bote de Nesquick se había acabado e incluso lo tiró. Y eso que estaba en portugués y quería conservarlo como un recuerdo bonito. Como el de los pies a orillas del Duero mientras la noche caía en Vila Nova de Gaia.
De todas esas encantadoras casas cualquiera le hubiera valido para vivir a su lado. Nunca se lo dijo, pero estaba dispuesta. A dejar la ciudad en la que se conocieron, el país que les hizo sufrir e incluso el continente cuyos límites no conocía demasiado bien.
Eso ella, claro. Porque él, él lo sabía todo. Seguramente a estas alturas ya sepa hablar en todos esos idiomas raros que le gustaba aprender. Da igual. Ya se ha ido. Se fue. Pero es que hoy se había dado cuenta de que había conseguido echarle. Daba igual que todo lo vivido fuera mentira. Como daba igual que aún por las noches se durmiera con las ganas de que se presentara en casa de madrugada porque, ahora, la mayoría de las madrugadas la pillaban despierta.
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