Como ese momento en el que te encuentras un corazón roto en las escaleras. Como todavía resuena en mi cabeza esa canción que hablaba de las dudas el verano en que decidimos hacer de nuestra relación una bonita historia. Como ese mes de diciembre que confirmó lo que tanto esperábamos. Como el póster del siete que decora mi habitación o las entradas para el único musical que he visto en mi vida.
La cerveza se acaba pronto estos días y hoy he hecho pasta con tomate frito y salchichas para comer. Esta vez no faltó el queso en polvo. Claro que tampoco estabas tú. Nuestra comida favorita de los domingos de resaca se ha convertido en la de un martes con la que una amiga y yo nos hemos estado poniendo tiritas en la tripa. Solo para no sentir que se desgarraba.
Ni te imaginas lo raro que resulta que hoy sea otra persona la que llega tarde a casa por haber estado cenando contigo. Pero qué vas a saber tú. Si ni siquiera supiste hablar a tiempo.
Por eso yo ya no sé que contestar cuando me preguntan que qué tal me va. Por eso nunca un simple 'bien' había sonado tan falso. Por eso le doy abrazos a cualquiera. No queremos que nos quieran, en serio. Ella quiere que le hagan caso y yo que vuelvas. Y el tiempo se acaba. Las agujas del reloj suenan demasiado fuerte en esta maldita habitación. La lentitud de la primera semana ha dado paso a un mes muy rápido.
Y aquí seguimos, andando de barrio en barrio, como ese día en que te dije que todo esto se terminaría acabando. Como la noche en la que empecé a llorar en los autobuses. Como la tarde en que más te eché de menos. Por eso hoy hemos brindado. Por eso, nos seguimos preguntando cómo puede el cielo haber dejado de ser rojiblanco.
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