Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en malas sensaciones es sin duda la de tener arena en los ojos. Sobre todo, si alguien te la ha lanzado. Escuece, y mucho. Sientes cómo tus preciosos ojos se rasgan por dentro con esos minúsculos granos de arena. Creo que esa es una de las pocas cosas que no me gustan de la playa.
Tampoco me gusta cuando el frío se te mete en los huesos y no hay forma de sacarlo. ¿Quién puede dormir con los huesos congelados? Ni siquiera se puede pensar...Y qué decir de cuando vas tan decidida a tu armario de la cocina, donde dejaste tu aperitivo favorito, lo abres y no está. Da rabia, y mucha. La misma que cuando intentas hablar y solo te salen lágrimas.
Que chirríen los dientes también me parece algo insoportable, al igual que cuando alguien se dedica a decirte lo que tienes que hacer constantemente. Sin embargo, de todas las malas sensaciones que tenemos en la vida, creo que la peor es la del dolor de tripa. Por amor, miedo, problemas familiares, estudios...Dolor de tripa. Mucho. Nervios que se acumulan en el estómago y se enredan sin ni siquiera saber cuál es la razón de ello.
Pero pasa, y mucho.
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