viernes, 10 de mayo de 2013

Cierra la persiana antes de irte.

A la mañana siguiente, abrió los ojos y sonrió. Raro, ¿verdad? No había bajado la persiana la noche anterior. No lo hizo porque él nunca lo hacía. Volvió a sonreír. Había perdido a la persona más necesaria del mundo y, sin embargo, sonreía. ¿La causa? El dolor de saber que, a partir de ese día, él tendría que bajar su persiana siempre. Porque, ahora sí, sentiría de verdad lo que era echar de menos.

Tantas veces había estado triste por cualquier tontería. Tantas otras había llorado por cualquier persona. Tan mayor y con tanto vivido, se creía. Y ahora, todo eso se quedaba en nada. Ni el que creía que había sido su verdadero amor, lo era. Ni los días que sintió la añoranza, ésta había sido tal.

Su vida se había quedado coja. Coja para siempre. No pensaba en el futuro, solo miraba al pasado y se reía de todas las experiencias vividas. Experiencias que no habían servido de nada. Ni aprendió ni maduró.

Sabía que nunca volvería a ser el mismo. También, que no volvería a mirar al resto de personas con los mismos ojos. Tampoco les escucharía. Eso no eran problemas. Ni siquiera merecían llamarse así. Como buen egoísta, no dejó que nadie le viera llorar ese día. Sonreía. Sonreía y pensaba: "Esto sí que es una lección. Gracias".

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