Tiene los pies más fríos del mundo y las manos de chico más delicadas que he visto. La risa con la que me dormiría cada noche y, sin embargo, no soy capaz de pegar ojo. La espalda sobre la que siempre me tumbaría y los ojos que más vergüenza me da mirar.
Si no fumaras, serías perfecto, le digo a veces. Y es mentira, porque me encanta verle fumar. Sobre todo sentir cómo se mueve todo su pecho al dar una calada de las que evitan que un cigarro se apague. Así quiero que sea esto. No quiero que se apague.
Me gusta que me espere escuchando música. Que esas canciones queden como suyas. Que cada vez que las escuche me dibujen una sonrisa en la cara. Que no le guste nada de lo que escucho yo y, aun así, quiera bailar conmigo. Que me mire justo antes de terminar de cerrar la puerta de su habitación.
Quererle hasta que sepa hacerlo bien. Tenerle hasta que no pueda soltarle. Y recordarle hasta que deje de doler.
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