Siempre me costó mucho arriesgar. Si había que tomar una decisión importante, la pensaba mil veces. Sí, no, quizá no sea lo mejor en este momento, igual después... Y así, una y otra vez. Si hago algo es porque estoy segura de ello, si antes hacía algo, era porque lo tenía muy meditado, tal vez demasiado, pero siempre me ha gustado tener todo bajo control. Sí, soy muy maniática.
Sin embargo, siempre hay un momento en que cambias, algo pasa, que decides arriesgar, que crees que tienes que hacerlo, que ha llegado la hora. Decides cómo va a ser tu vida a partir de ese momento, quién te va a acompañar, a quién quieres tener a tu lado y a quién no. Y es entonces, cuando te das cuenta de que si antes has pensado tanto una decisión era porque en realidad no era buena para ti. Si la piensas es que algo va mal, y si crees que algo irá mal, no hay duda de que acabará yendo mal.
Pero si te llega el momento en que tienes que tomar una decisión, y ves que no te hace falta pensarla, que esta vez lo haces porque es lo que quieres, porque sientes que está bien, que estará bien, que es tu destino, que lo has elegido tú. Entonces es que será bueno para ti, incluso para todos. Porque eso es lo que sentí, que sería bueno para mi, que sería bueno para ti, que sería bueno para todos, y ahora me he dado cuenta de que hice bien.
Estoy aquí, he ganado, esta vez sí, no me he equivocado, pero tampoco he arriesgado, porque en todo momento supe que esto tenía que ser así, que pasaría. Hice bien en venir, hice bien en seguir aquí e hice bien el día que empecé a pensar en ti.
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