sábado, 2 de marzo de 2013

Cabellos grisáceos.

Hay un momento en la vida en el que dejas de sentir el paso del tiempo. Ya no hace falta que estés distraído para que pase de forma rápida, ni pasas las horas muertas mirando la hora qué señala el reloj. Tampoco parece que estés disfrutando de la vida, simplemente la vida pasa y tú mientras tanto, sentado en una mecedora, que suena a años de movimiento, esperas que llegue el día en el que recibas una visita.

Ahora estás solo esperando a que la vida haga contigo lo que le apetezca y no haciendo lo que te apetece con esta maldita vida. Porque ya no importa lo que tengas ganas de hacer, importa lo que eres capaz de hacer que, a estas alturas, son pocas cosas.

Ni siquiera sabes en qué día vives, porque los días de la semana hace tiempo que perdieron su sentido. La memoria te falla mucho más de lo que te gustaría, al igual que tus oídos y tu vista. Y tu cabello es un reflejo de tu persona. Ya no hay vida, solo pelo, casi siempre gris por mucho que tus seres queridos se empeñen en ponerle color.

Y el color solo llega en ese dichoso día, en el que sí que te despiertas con alegría, en el que sí que miras el reloj esperando una determinada hora. La hora de todos los domingos, la hora de las visitas, la hora en que todos se vuelven a reunir. Alrededor de ti, nexo de unión. Por supuesto, tampoco recuerdas cuando se empezaron a organizar esas citas contigo de protagonista, al igual que al día siguiente no sabrás qué comiste el domingo.

Pero comiste, como cada domingo. Tuviste un día de color y ahora vuelves a esperar qué desea hacer la vida contigo porque ya sabes que tú no puedes hacer nada con ella.

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