Creo que este está siendo uno de los inviernos más rápidos de los últimos años. Ya está acabando y, por supuesto, me moría de ganas de que lo hiciese. No creo que el invierno le guste demasiado a la gente. A mí particularmente, me disgusta. Es raro, es una tontería, pero sí, el tiempo, influye en mi estado de ánimo.
Porque si hace sol, salgo con más tranquilidad y alegría a la calle. Porque si está nublado, siempre salgo con la incertidumbre de que en algún maldito momento esa nube tan negra se descargará sobre mi cabeza. Y no me importa que se me moje el pelo, que me hayan robado el paraguas o que no tenga chubasquero, lo que más me molesta es que se me mojen los pies.
En verano, si se me mojan los pies, es porque yo lo he decidido. En verano, si se me cortan los labios, no es por el viento frío de Madrid, es porque me he expuesto demasiadas horas al sol. Y sin protección. Quiero hacer un tupper lleno de ensalada de pasta, pero no para llevarlo a la universidad porque tengo que comer allí. Lo quiero en una nevera llena de refrescos. Y lo quiero en la orilla de la playa.
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