martes, 8 de octubre de 2013

Se me gastaron las lágrimas

Ni siquiera me di cuenta de cuándo dejé de hacerlo. Nunca me gustaron los dolores de tripa, pero tampoco dejar de tenerlos. Te lo aseguro. Luego hubo noches en los que no me importaba dónde había dejado el móvil y otras en las que se nos olvidaba hablar.

Después dejé de contar los días que quedaban para verte e intenté que fueras tú el que lo hiciese. Al ver que tampoco lo hacías, ni siquiera me enfadé. Cuando gritabas, no te oía. Y cuando te enfadabas, yo ya no lloraba. Dejé de preparar lentejas y, con ellas, se acabaron las sorpresas.

Ya no anotaba los sitios a los que iba en la lista de lugares que visitaría contigo. Y tampoco me enfadaba si no venías a verme antes de comer. Se acabaron los aperitivos y nos sacábamos defectos. Cuando volvía a Madrid, no se me encogía el estómago. Y cuando llegaba el intermedio de cualquier serie, ya no nos llamábamos.

Todo parecía haberme dejado de importar, ni siquiera eso me importaba. Pero luego me dio por pensar. Y si no me importaba que todo hubiera dejado de importarme es que algo fallaba. Fallaba yo. No había nervios ni llanto. Me había secado.

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