jueves, 11 de abril de 2013

Lágrimas que nunca brotaron.

Lo peor de todo esto es que se acabaron los sábados de comida china y fútbol. No sé por qué se empeñan en acabar con todo lo que me gusta. Recuerdo cuando no hacía falta ir a los bares para ver el fútbol, cuando  la mitad del vecindario gritaba el gol de un equipo y, la otra mitad, el del otro. También me acuerdo de cómo bajamos todos juntos a bañarnos a la fuente de la glorieta de turno, sin importar los colores.

Los desayunos venían acompañados de Goku o de Oliver y Benji y no ibas solo al colegio, te llevaban. De la misma manera que después te recogían, tenías un plato de comida sobre la mesa y te ayudaban a hacer los deberes. En la memoria están los días de verano en los que llevabas pantalón corto debajo de la falda porque los niños, en el recreo, te la levantaban. Qué descaro. Los mismos niños con los que horas después jugabas al fútbol.

Las reuniones en el segundo, en el cuarto o en el sexto. Los refrescos en el bar de abajo. Los paquetes que enviaba la abuela con su correspondiente pijama de cada época del año. Pedir permiso para cruzar la calle. Celebrar los cumpleaños en el telepizza. También estaban los que no lo celebraban porque cumplían años en verano, yo era de esas. Pero, sobre todo, lo que más echo de menos es que las despedidas no eran amargas y que nos convencían con un: "No te preocupes, los seguiremos viendo a todos".

2 comentarios:

  1. Creo que las despedidas cuando eras pequeño, posiblemente fueran más duras, aunque no nos diéramos cuenta de ello. Antes no elegias las despedidas, ahora solo depende de ti si son o no para siempre.

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  2. En lo segundo, te doy la razón. En lo primero, discrepo.

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